La Marina Plaza

“Stiltecoupé”, el vagón que te dice que te calles

Publicado: lunes, 3 septiembre, 2018

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A Ludwig van Beethoven se la asocia la frase: “nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo”. Algún seguidor o seguidora de este músico germánico debió crear el espacio “stiltecoupé”, que se trata de un compartimiento en los trenes holandeses dedicado a la tranquilidad.

En dicha cabina, no está permitido hacer ruido ni hablar. Normalmente los pasajeros lo usan para estudiar, trabajar, leer o simplemente tener un hueco donde desconectar de la jauría de bullicios que supone la vida moderna. Pero tengo la sensación de que una parte de los viajeros, son unos tiquismiquis que utilizan este lugar para canalizar su irritabilidad con rituales de “shh” o miradas culpatorias al más mínimo sonido, con la certeza de que están legitimados a hacerlo.

La idea en sí me parece digna de ser copiada en el resto de Europa, y sinceramente creo que podría hacer más atractivo el transporte público. Sin embargo, también opino que sería digno de considerar dedicar un vagón a la interacción social, con el siguiente planteamiento: las personas que se sienten en dicha sección, deben estar abiertas a establecer conversación con el resto. La razón de este invento es simple, como os habréis dado cuenta si utilizáis a menudo la vía férrea, con frecuencia os encontráis con las mismas caras incluso puede que hayáis compartido trayectos durante años, y nunca os hayáis parado a pensar en decir a esas personas ¡ten un buen día!, quizás esa frase motivadora se transforme en energía positiva para toda una jornada. Puede parecer un poco estúpido este razonamiento, ¿pero acaso no es más incoherente pasar una hora de paradas en plena seriedad y amargura?

Descartes expuso que la realidad es dualista, esa escisión se forma por un sujeto que observa y un objeto que es observado. En este caso, los sujetos que observaban éramos una jubilada y yo, por otra parte, estaba el sujeto, un ser esmirriado con ojos de topo y gafas de culo de vaso. Él sentado junto a su bicicleta, leía un diccionario o la biblia debido del volumen que reposaba en sus temblorosas manos. También tenía un bigote al estilo Ned Flanders y un aura insípida de soledad. Pero, de repente llegó ella, con otra bici y con las mismas ropas de Decatlón que él, pero en morado. Ella tenía unos kilos de más y él unos menos, y la misma afición por gafas XXL. Treintañera igual que él, con una coleta deshecha y con una actitud patosa.

Ella se sentó junto a él y le dijo que ese libro tedioso era su favorito. Al tiñoso sujeto se le iluminaron los ojos y la conversación que surgió era un vivo poema de Oliverio Girondo. Gracias a mi miopía tengo dos puntos de vista distintos, así que os voy a reinterpretar ese encuentro. A ella le gustan las respuestas de sí y no, y a él todo lo que hay en medio. Él escondía la inseguridad que la aportaba su físico con el pretexto de que hacer sólo deporte sin entrenar el cerebro, es como saltarse los días que toca ejercitar piernas, al final acabas siendo un croissant: estás bueno, pero no llenas.  Ella respondió a eso, “tienes un lado perroflauta que no me importaría sacar a pasear”. Nuestra rata de biblioteca le advirtió “soy más complicado que poner la clave wifi bien a la primera”. Ella rebatió diciendo que lo importa, mientras que él acepte que “el cómo solo es una excusa para el puedo”.

Exacto, podría salir bien. ¿Cómo? Eso debieron debatirlo en su primera cita. La jubilada y yo éramos más adictas a esta situación que a cualquier película mala de domingo. La conclusión es que era domingo, no estábamos en la zona silenciosa y la verdad de toda esta difamación es que sí que se dieron los teléfonos.

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marianne@tulipanesdespreocupados.com

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