
El momento Concha
Publicado: domingo, 2 agosto, 2020
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Concha es la madre de una amiga, es ese tipo de señora que se preocupa por todas las compañías de su descendencia, a pesar de que no trague algunas de sus amistades, por no decir a la mayoría. Estas últimas se puede categorizar en la tribu urbana de “mala influencias”. Afortunadamente yo estaba en el grupo de las “que te convienen”.
Por esa razón pasaba mucho tiempo en esa casa, incluso tenía una habitación asignada para pernoctar; fue como ser adoptada. Concha tenía un marido que hace el mejor “aspencat” de toda la Marina Alta, de vez en cuando me guardaba fiambreras “per quan vingui la xiqueta”. En ese hogar el año se dividía en dos periodos estacionales dependiendo de si hacía frío o calor, en la práctica esto se traducía como “la temporada de putxeros” y “fora de la temporada de putxeros”. En algunas ocasiones los acompañaba la madre de Concha, ya fallecida, le quedaba un hilo de voz tan disminuido que parecía más halo que una emisión de sonidos. Su mudez demente era acompañada por un caprichoso cuadro de Alzheimer con grandes momentos de lucidez. A mí siempre me hacía presentarme y me decía que tenía una nieta llamada igual que yo, no sé cuántas veces repetimos ese ritual introductorio. Le cogí cariño, aunque nunca se acordara de mí, su cuerpo anciano era como una bombilla que empañada deslumbraba lo justo, pero todavía deja ver su luz. He de admitir que el día que entré y no estaba se me encogió un poco el corazón.
Dentro de tu desarrollo como persona no coges sólo las referencias de tus progenitores, sino que hay una red de personas, hechos culturales, instituciones, circunstancias entre muchos más factores que modulan tu personalidad, tus intereses y tus creencias. En este sentido también se transmite la violencia menos papable y legitimada donde damos por sobrentendido el orden dominante, en palabras de Pierre Bourdieu “los dominados ejercen una servidumbre voluntaria” en muchos casos porque no son conscientes de la mismas. Este tipo de violencia es la que se imparte dentro de la naturalidad de los medios de comunicación o el lenguaje. ¿Cuántas de nosotras nos hemos visto ejerciendo la función de madre de nuestras parejas hombres? No es cierto que somos nosotras las que llevamos el orden de los cumpleaños, las que compramos los calzoncillos, las que sugerimos a nuestras parejas que llamen a sus familiares cuando están enfermos, etc. Somos madres y “asistentes personales Kardashian” al mismo tiempo, esas histéricas que, cuando reclaman su lugar en el mundo a la masculinidad, deben ser dulces y compresivas evangelizadoras que maestrean el feminismo a señores que no tienen ni un ápice de interés. Queridas lectoras, el “burnout” no lo inventaron los millennials, sino el hartazgo de cuidar de todo el mundo menos de nosotras es como un “estar hasta la figa” de forma indefinida 24/7. Eso si no se te ocurra quejarte.

Como cualquier hija, recogí manías de mis “padres adoptivos”, que siempre fueron los padres que quise, aunque quizás si los tuviese los detestaría sólo por llevar la contraria. Lo siento, los hijos somos así. De Jose Luis adquirí el interés por los minerales. De hecho, me regaló parte de su colección (creo que como recompensa por ser la única que le escuchaba cuando hablaba de piedras). Ahora se la enseño a mis invitados con frecuencia, pero la verdad es que no tengo un carajo de idea; aunque finja que sí, abro paréntesis aquí (seamos sinceros porque quedamos como más idiotas cuando nos hacemos pasar por no idiotas). Ya llegamos al punto, el momento Concha. Concha trabaja de funcionaria, lleva su casa, hasta hace poco cuidaba quincenalmente de su madre, y se apuntó a clases de francés a sus cincuenta y largos por placer. Pero a veces Gruffalo quiere dejar de ser monstruo sin ser fiera, entonces Concha se encierra en su dormitorio con sus demonios enchufa sus programas de radio favoritos y se pone a planchar tanto bragas como frustraciones. Dependiendo de su estado de ánimo, hace la montaña de ropa más grande o pequeña.
Cuando entre nosotros nos decíamos “está planchando”, no se nos ocurría interrumpir su momento de depuración de chakras. Ahora yo lo repito, me guardo los podcasts y mis cabreos para la plancha. ¿Por qué hacemos esto Concha y yo? Debido a que necesitamos una excusa para dedicarnos tiempo a nosotras mismas exclusivamente, pero a la vez nos sentimos tan culpables de salir del impuesto sistema multitarea que incluso cuando buscamos nuestro “my time” se lo estamos destinando a los otros. Esta abnegación contribuye a la depredación identitaria de nuestro ser. Dejemos de cambiar siempre el rollo de wáter, caguémonos en todo más a menudo. Es decir, en vez de invertir nuestro valioso tiempo en reconvertir al catolicismo a todos los hermanos infieles, perdón, digo al feminismo a todos esos desagradecidos señores, cuidémonos entre nosotras, el slogan podría ser evita el momento mocha para tocarte la concha.